miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Sabio, (Ramesh Balsekar)






El sabio vive su vida como una entidad separada, responsable de sus acciones ante las reglas sociales establecidas y las normas legales, habiendo comprendido en lo más profundo las palabras de Buda: "Los acontecimientos suceden, los actos se realizan, las consecuen­cias se producen, pero no hay ningún hacedor individual de ningún acto". En otras palabras, el sabio despierto ha sido ca­paz de aceptar total y absolutamente que cada ego individual es sólo un instrumento separado, programado especialmente, a través del cual la Energía Primaria produce, en cualquier tiem­po y lugar, exactamente aquello que debe producir, según una ley cósmica conceptual aplicable a toda la eternidad, a toda ma­nifestación fenoménica. La energía funciona igual que funciona la electricidad en todos los aparatos eléctricos haciendo que cada aparato produzca aquello para lo que ha sido diseñado producir. 

Es una broma divina -quizá trágica- que este principio de "no hacedor" sea la base de todas las religiones. La Biblia dice: "Hágase tu voluntad". El Islam dice: "ínshah Allah". La religión hindú dice: "Tú eres el que habla, tú eres el que escucha; tú eres el que hace y tú eres el que experimenta". Y a pesar de esto he­mos sufrido guerras religiosas durante siglos. 

La cuestión es; ¿qué es iluminación y qué es lo que se su­pone que le da la autorrealización al sabio que él no tuviera has­ta entonces? Autorrealización, según mi concepto, es la constatación absoluta de que "los acontecimientos suceden, los actos se realizan, pero no hay ningún hacedor individual de ningún acto", que todo lo que es, es consciencia funcionando como energía primaria y produciendo la manifestación de todos los sucesos; que es consciencia atestiguando el funcionamiento de esa manifestación que es la vida, tal y como la conocen los seres humanos, a través de billones de seres simientes. 

¿Qué obtiene el sabio con la autorrealización? Paz y armonía como ancla mientras afronta la vida momento a momento. Antes carecía de esta paz y de esta armonía porque, al ir afrontando la vida en el momento, todo lo que hacía era juzgar cada suceso como algo hecho por alguien, execrando y odiando a alguien, ya fuera a sí mismo o a otra persona. Por tanto, anteriormente esta­ba anclado en la culpa y en la vergüenza de sus propias acciones y en la aversión por las acciones de "otros". La paz y la armonía le eran totalmente desconocidas, pero ahora, ante la ausencia de culpa, vergüenza y aversión, nunca se encuentra a disgusto con­sigo mismo, nunca se encuentra a disgusto con el "otro". 

¿Cómo vive su vida el sabio cuando ya está afianzado en la paz y la armonía? Vive siendo testigo de la vida que se produce en los múltiples organismos cuerpo-mente. Mientras sucede la vida -la actividad física y mental a través de los organismos cuerpo-mente él, como ego sin el más leve rastro de un hacedor per­sonal, permanece en calma, observando el flujo de la vida en los múltiples organismos cuerpo-mente, incluyendo el suyo propio. Si alguien le pregunta cómo vive su vida, su honesta respuesta sería: estando en calma, "dejando que la vida fluya". 

Si se le pregunta cómo se las arregla para conseguir la acepta­ción total de que nadie es un hacedor, el sabio explicará con abso­luta humildad que mientras estaba investigando lo que le parecía que eran sus acciones, llegó a la conclusión de que si algún suce­so, sobre el que no tenía control, no hubiese sucedido antes, lo que él creía que era su acción no se hubiese producido. Y en el trans­curso de su investigación habitual de sus acciones, sin saber cómo, de repente, se produjo un relámpago de aceptación total: "No pue­do ser el hacedor de ningún acto; y si yo no puedo ser el hacedor de ningún acto, tampoco puede serlo nadie más". Eso fue todo. 

Con este despertar súbito de que el "ego" no es sino una identificación con una entidad particular con un nombre y sin ninguna libertad real de elección y acción, aparece una com­prensión profunda de un sentimiento de hermandad con otros "egos" similares, todos ellos instrumentos programados indivi­dualmente y por los que funciona la energía primaria para que suceda lo que tiene que suceder de acuerdo a la ley cósmica. Luego no hay ninguna posibilidad de competición entre los di­versos instrumentos, ni hay posibilidad de envidia o celos. La programación de cada instrumento humano -los genes más los condicionamientos actuales producidos por el entorno geográ­fico y social- tampoco está bajo el control de nadie. 

Una de las primeras cosas que suceden con el despertar re­pentino es que el ego se da cuenta de que su propia programa­ción contiene una mezcla de características buenas y malas, de puntos positivos y negativos. El mismo no es perfecto, ni lo es nadie. La realización produce inmediatamente, además del sen­timiento de hermandad, un profundo sentimiento de tolerancia hacia el ser humano, tanto hacia sí mismo como hacia el "otro". 

De forma similar, también se ve claramente que muchas palabras han perdido su interpretación tradicional. "Amor" significaba una emoción experimentada con toda evidencia por canales personales, cargada de posesividad, ensombrecida por los celos, con su contrario de "odio" siempre listo para ocupar su lugar. Ahora, de repente, el "amor" no parece pasar por canales personales, antes bien parece ser afectividad "pura", una cíase de amor singularmente purificada. De re­pente, los términos "amor divino" y "karma" adquieren un significado muy profundo. 

Por otra parte, ante esa nueva consciencia trascendente que emerge con la demolición del sentimiento de un hacedor personal, se reconoce con toda claridad que la relación amor-odio ha dado lugar a una afectividad más pura, semejante a compasión-bendición; la excitación y la angustia se han conver­tido en serenidad y tranquilidad, y la envidia, el miedo, la codi­cia y otras formas de emoción contaminada por el hacedor son reemplazadas por la propia afectividad en estado puro. 

El sabio despierto también ha comprobado de repente que esta nueva actitud ante la vida -casi una consciencia nueva- da la impresión de estar sujeta a una forma peculiar de radiación que parece atraer hacia él a otros que visiblemente necesitan al­gún tipo de guía, quizá amor. 

El sabio se ve a sí mismo afrontando la vida momento a momento, aceptando cualquier cosa que el momento traiga, unas veces placer, otras dolor, sin sentirse nunca incómodo con­sigo mismo ni con los demás: Estando en calma, "dejando que la vida fluya". 

El principio básico subyacente tras el "vivir sucede" estaría perfectamente ilustrado por la historia del sufí que era conocido entre sus vecinos como un santo que lle­vaba una vida pura. Cerca de él vivía una hermosa joven cuyos padres tenían un almacén. De repente, sin previo aviso, los padres descubrieron que estaba embarazada. Ella se negaba a confesar quién era el padre, pero tras mucho hostigamiento, nombró al sufí. Cuando, llenos de ira, fueron a ver al sufí y le arrojaron a la cara la noticia, éste se tomó las novedades con calma y sólo dijo: "¿Ah, sí?". 

Cuando nació el niño se lo llevaron al sufí que para entoncesya había perdido su reputación, lo que no parecía preocuparle en absoluto, pero se hizo cargo del niño. Ob­tenía leche y todo lo que necesitaba el niño de sus vecinos. Los vecinos, que le conocían más íntimamente, sabían que la chica estaba maquinando alguna diabluray se esforza­ron al máximo para prestar todo tipo de ayuda al sují. Un año más tarde, la chica no pudo callar por más tiempo la verdad y se la contó a sus padres: el verdadero padre era un guapo muchacho que trabajaba en la tienda del mecánico de al lado. Los padres de la chica fueron inmediatamente a casa del sují, le pidieron perdón sincera­mente y le rogaron con humildad que les devolviera al niño, que ya tenía un año. Él les entregó al niño con mu­cho gusto tras despedirse de él amorosamente. Todo lo que dijo fue: "¿Ah, sí?".

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